¿QUE DICE EL NUEVO TESTAMENTO SOBRE EL MATRIMONIO?
El Nuevo Testamento tiene siempre delante al hombre del Paraíso, el que ha pecado. Sólo éste es el que vive hoy y, por tanto, el que ha sido redimido y ha de ser salvado[1].
La situación de «los orígenes» -el hombre en el Paraíso- ha quedado atrás definitivamente, sin embargo, la perspectiva de la salvación presupone la consideración de aquella situación de «los orígenes», como es lógico, porque sólo hay un único designio de Dios sobre el hombre; sólo hay un único designio de Dios sobre el matrimonio. Por eso podemos decir que hay un solo matrimonio; me gusta subrayarlo: “matrimonio civil” es una licencia literaria.
Entonces, no sólo la consideración del matrimonio de
«los orígenes» debe hacerse desde la perspectiva de la Redención, porque “ese
matrimonio” es el redimido, sino que ésta exige tener en cuenta aquella primera,
la de «los orígenes», si se quiere hacer adecuadamente. Por eso Jesús al hablar
del matrimonio recurre al plan original de Dios…, como veremos ahora, en dos
citas muy elocuentes del Nuevo Testamento: Mateo 19, 4-5 y Efesios 5, 31.
La respuesta del Señor a la cuestión planteada por los fariseos sobre la práctica del divorcio describe la identidad y características fundamentales de la unión hombre-mujer, en el matrimonio de «los orígenes».
La enseñanza del texto es que el matrimonio tiene como propiedades fundamentales la unidad y la indisolubilidad. Así es como lo ha dispuesto Dios desde «el principio». Inscritas según el designio de Dios en la naturaleza humana desde el acto mismo creacional, son unas propiedades que no se pueden alterar: no está en manos del hombre hacer que sea de otra manera. No es que el matrimonio sea indisoluble, porque no deba serlo; es que no lo es, porque no “puede” serlo, por su propia naturaleza.
29 porque nadie aborreció jamás a su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a su Iglesia, 30 pues somos miembros de su Cuerpo. 31 por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. 32 gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia. 33 en todo caso, en cuanto a vosotros, que cada uno ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer, que respete al marido.
Los versículos citados forman parte del texto paulino sobre la moral familiar y, más particularmente, matrimonial.
En la estructura cabe distinguir tres partes:
-la primera (vv. 22-24) se refiere a las relaciones de la mujer con el marido. Aquí sólo vimos el v. 22. El 23 y 24 están dentro del mismo contexto.
-la segunda (vv. 25-28), a las del marido con la mujer. Nosotros sólo vimos el v. 28.
-la última (vv. 29-33) trata de las razones o motivos que fundamentan esas relaciones y deberes recíprocos.
En este último punto nos detenemos en cuanto que es manifestación de la naturaleza del matrimonio de «los orígenes», es decir, del matrimonio según es revelado por Dios en «el principio». Es como si engarzara el matrimonio de los orígenes con el matrimonio de la Redención: es uno sólo, y elevado.
El matrimonio de los cristianos convierte a los esposos en «signos» del amor de Cristo por la Iglesia. Por este motivo sus relaciones mutuas (vv. 22.28-33) deben revestir las características del amor con el que Cristo ama a la Iglesia.
Ahora bien, estas características, que son propias de todo matrimonio -de los matrimonios contemporáneos a San Pablo y de los matrimonios del futuro-, pertenecen también al matrimonio de «los orígenes». Este matrimonio era ya -según el designio de Dios- prefiguración del amor de Cristo por la Iglesia.
En este misterio de la unión Cristo-Iglesia, encuentra también su fundamento la indisoluble unidad del Matrimonio, revelada ya desde «el principio».
Y, aunque el pecado de «los orígenes» ha introducido el desorden en la relación hombre-mujer, el texto da a entender, sin ningún tipo de duda, que continúa del todo vigente el designio originario de Dios sobre el matrimonio.
La situación de «los orígenes» -el hombre en el Paraíso- ha quedado atrás definitivamente, sin embargo, la perspectiva de la salvación presupone la consideración de aquella situación de «los orígenes», como es lógico, porque sólo hay un único designio de Dios sobre el hombre; sólo hay un único designio de Dios sobre el matrimonio. Por eso podemos decir que hay un solo matrimonio; me gusta subrayarlo: “matrimonio civil” es una licencia literaria.
El texto de Mt 19, 3-9
Y se le
acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, le dijeron: ¿Puede uno
repudiar a su mujer por un motivo cualquiera? El respondió: ¿No habéis leído
que el Creador, desde el principio, los hizo
varón y hembra y que dijo: por
eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos
se harán una sola carne? De manera
que ya no son dos sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió que no lo
separe el hombre. Dícenle: Entonces ¿por qué Moisés prescribió dar acta de
divorcio y repudiarla? Respondióles: Moisés teniendo en cuenta la dureza de
vuestra cabeza, os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no
fue así. Ahora bien, os digo que quien repudie a su mujer -salvo en caso de
fornicación- y se case con otra, comete adulterio.
La respuesta del Señor a la cuestión planteada por los fariseos sobre la práctica del divorcio describe la identidad y características fundamentales de la unión hombre-mujer, en el matrimonio de «los orígenes».
La enseñanza del texto es que el matrimonio tiene como propiedades fundamentales la unidad y la indisolubilidad. Así es como lo ha dispuesto Dios desde «el principio». Inscritas según el designio de Dios en la naturaleza humana desde el acto mismo creacional, son unas propiedades que no se pueden alterar: no está en manos del hombre hacer que sea de otra manera. No es que el matrimonio sea indisoluble, porque no deba serlo; es que no lo es, porque no “puede” serlo, por su propia naturaleza.
Aunque el pecado de «los orígenes» ha dado lugar a
la «dureza del corazón» y, como consecuencia, al oscurecimiento del plan de
Dios sobre el matrimonio, éste no ha
sido modificado, conserva toda su vigencia. «El orden de la creación subiste,
aunque gravemente perturbado». El Señor afirma de nuevo el designio del
principio sobre el matrimonio.
Muchas veces creemos que, porque las cosas cuestan o
son muy difíciles, podemos modificar la ley de Dios, olvidándonos de la gracia,
que es una ayuda adecuada para que lo difícil sea posible. Es como si dijera de
modo incorrecto: “Si me cuesta ir a Misa, no lo considero como precepto”; “si me
cuesta la pureza, no debe estar tan mal”.El texto de Ef 5, 21.25-33
21 sed
sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo. 22 Las mujeres a sus
maridos, como al Señor (...).
28 así deben
amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su
mujer se ama a sí mismo. 29 porque nadie aborreció jamás a su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a su Iglesia, 30 pues somos miembros de su Cuerpo. 31 por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. 32 gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia. 33 en todo caso, en cuanto a vosotros, que cada uno ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer, que respete al marido.
Los versículos citados forman parte del texto paulino sobre la moral familiar y, más particularmente, matrimonial.
En la estructura cabe distinguir tres partes:
-la primera (vv. 22-24) se refiere a las relaciones de la mujer con el marido. Aquí sólo vimos el v. 22. El 23 y 24 están dentro del mismo contexto.
-la segunda (vv. 25-28), a las del marido con la mujer. Nosotros sólo vimos el v. 28.
-la última (vv. 29-33) trata de las razones o motivos que fundamentan esas relaciones y deberes recíprocos.
En este último punto nos detenemos en cuanto que es manifestación de la naturaleza del matrimonio de «los orígenes», es decir, del matrimonio según es revelado por Dios en «el principio». Es como si engarzara el matrimonio de los orígenes con el matrimonio de la Redención: es uno sólo, y elevado.
El matrimonio de los cristianos convierte a los esposos en «signos» del amor de Cristo por la Iglesia. Por este motivo sus relaciones mutuas (vv. 22.28-33) deben revestir las características del amor con el que Cristo ama a la Iglesia.
Ahora bien, estas características, que son propias de todo matrimonio -de los matrimonios contemporáneos a San Pablo y de los matrimonios del futuro-, pertenecen también al matrimonio de «los orígenes». Este matrimonio era ya -según el designio de Dios- prefiguración del amor de Cristo por la Iglesia.
En este misterio de la unión Cristo-Iglesia, encuentra también su fundamento la indisoluble unidad del Matrimonio, revelada ya desde «el principio».
Y, aunque el pecado de «los orígenes» ha introducido el desorden en la relación hombre-mujer, el texto da a entender, sin ningún tipo de duda, que continúa del todo vigente el designio originario de Dios sobre el matrimonio.
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¿Preguntas o comentarios?... los leo y respondo.
[1] GS 2.
Si soy cristiana mi esposo aun no lo es y me traiciona aun estando casados puedo insistir en la restauración
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