LA SEXUALIDAD: AMOR Y PROCREACIÓN


El significado de la sexualidad: la vocación de la persona al amor y a la procreación.


Amor y sexualidad; sexualidad y procreación.
En este punto, lo primero que hacemos es vincular la sexualidad con el amor.  Después veremos la relación de la sexualidad con la procreación. Ahora decimos porqué.
No hacemos otra cosa que preguntarnos ¿qué sentido tiene la diferenciación sexual? ¿Cuál es el significado de la sexualidad humana? Se trata de un punto clave en la determinación del modo de ser de la sexualidad. De la respuesta que se dé a estas preguntas depende la solución a cuestiones concretas como la relación entre sexualidad y procreación; la moralidad de la procreación artificial; la paternidad responsable; etc., por citar algunas de las cuestiones más debatidas. Por tanto, este tema requiere mucha atención.

Amor y sexualidad.


En el marco de una antropología unitaria -la persona es una unidad- no resulta difícil percibir la dimensión unitiva que tiene la sexualidad en un doble sentido: colaborando en esta unidad, por un lado, e inclinando a la unidad de personas.
En este sentido es importante recordar que el amor es unitivo de por sí; tiende a la unidad de las personas, en cambio el odio, a la separación. Por eso vinculamos sexualidad y amor, porque uno y otro tienden a la misma unidad, y nos preguntamos qué relación tienen uno con el otro.
A modo de principio orientador se puede empezar diciendo que, la sexualidad está orientada a expresar y realizar la vocación del ser humano al amor. Un principio muy sugerente.
La diferenciación sexual -varón y mujer- está al servicio de la comunicación interpersonal -el amor- y, de esa manera, a la perfección o realización propia y del otro.

¿Qué sucedería si esto no fuera así? La sexualidad no sería vehículo del amor; se rebajaría a nivel de unión física. Si consideramos a la persona, no como unidad, la sexualidad sería parte del cuerpo, completamente al margen del espíritu, es decir, del amor. La sexualidad serviría para uniones meramente físicas.

Pero incluso desde esta perspectiva meramente biológica es imposible reducir el lenguaje de la sexualidad al significado solo procreador.
La sexualidad humana -a diferencia de la animal- ni es automática, ni se despierta únicamente en los períodos de fecundidad. Bajo cualquiera de los aspectos que se contemple, la sexualidad tiene una dimensión relacional, porque hace referencia a la relación con el otro.

Más aún, como imagen de Dios, el hombre ha sido creado para amar.
“Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor -como es la vida trinitaria-. Creándola a su imagen (...), Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y, consiguientemente, la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión. El amor es, por tanto, la vocación fundamental e innata de todo ser humano”.

El hombre creado a imagen de Dios es todo hombre -todo miembro de la raza humana: el hombre y la mujer- y todo el hombre -el ser humano en su totalidad: cuerpo y espíritu-.
La imagen de Dios alcanza al hombre en todas las dimensiones de su ser. Y, por tanto, el hombre es imagen de Dios también como persona humana sexuada. En consecuencia, el hombre es llamado al amor en cuerpo y alma, es decir, en la unidad de la persona.

En síntesis, Dios es amor; el hombre es imagen de Dios; el hombre es creado por y para el amor; toda la persona es creada para el amor; la condición sexual es integrante de esta vocación para el amor.
“Cuando Yahveh Dios -señala Juan Pablo II comentando el relato de Gen 2, 18- dice que "no es bueno que el hombre esté solo", afirma que el hombre por sí "solo" no realiza totalmente esta esencia. Solamente la realiza existiendo "con alguno", y más profunda y completamente existiendo "para alguno"”.

“La diferenciación sexual -macho y hembra los creó- está orientada a la complementariedad - «voy a hacerle una ayuda adecuada»-. Entre el hombre -'Adam- y los animales media una distinción tan radical que, con relación a ellos, el hombre se encuentra solo - «no encontró ayuda adecuada»-. Para superar esa soledad es necesaria la presencia de otro «yo» (la mujer) - «esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne»-. Y de esta manera, al afirmar la persona del otro «yo» -el «yo» de la persona humana en la feminidad-, se da cuenta y afirma a la vez el «yo» de su ser personal en la masculinidad. Con la creación del ser humano en dualidad de sexos el texto señala, entre otras cosas, el significado axiológico de esa sexualidad: el hombre es para la mujer y ésta es para el hombre”.[1].
La bipolaridad -la diferenciación sexual- es un indicador de la recíproca complementariedad, y está orientada a la comunicación interpersonal, es decir, a sentir, expresar y vivir, el amor humano. Y por eso, dado que la relación propia de la sexualidad va de persona a persona, respetar la dimensión unitiva en el contexto de un amor verdadero -mediante la entrega sincera de sí mismo- es una exigencia interior de la donación sexual.

Sexualidad y procreación.


1.- Pero no se agota ahí el sentido y la significación de la sexualidad, en ser medio de comunión o de amor. Desde cualquier perspectiva que se contemple, se descubre que la sexualidad está también orientada a la fecundidad. Esto lo admiten todos, porque la donación corporal, está involucrando a los órganos generativos... Esto es obvio.
¡Qué misterio de Dios, que las cosas sean así! A muchos esto no les gusta para poder manejar la sexualidad “sin consecuencias”: amor libre. En ese caso la sexualidad no tendría un valor profundo, sino superficial. Por esa razón se intenta por todos los medios que haya sexo al margen de la reproducción.

2.- Desde la Sagrada Escritura los relatos de la creación apuntalan abiertamente esta tesis. La diferenciación del ser humano en hombre y mujer está orientada a la procreación: es decir, a la unión del hombre y la mujer, corresponde la bendición de la fecundidad: Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla.
3.- Más aún, si el ser humano ha sido creado a imagen de Dios, expresa esa imagen de Dios a través de la comunión de personas, como la Trinidad. Se comprende que la apertura a la fecundidad sea uno de los elementos que «revelan» la imagen divina en el hombre. No se trata sólo de los aspectos físicos; ser imagen de Dios abarca a todo el hombre en todas sus dimensiones[2].

En consecuencia, en la vida Trinitaria, el hombre encuentra el arquetipo de su amor y también de la generación. Dios, el amor de Dios, es doblemente fecundo: intra-trinitariamente en la misma persona del Espíritu Santo; y extra trinitariamente en la creación. ¡Notable!
De la misma manera, el amor humano participa de ese profundo dinamismo trinitario e implica esencialmente la fecundidad. La fecundidad es intrínseca a la verdad de la sexualidad en cuanto participación del amor de la Trinidad: Dios es amor, el Padre engendra al Hijo, el Espíritu Santo procede de su Unión absoluta; son tres personas distintas que viven en un amor, tan infinitamente perfecto, que no son más que un solo Ser, una sola Naturaleza.

Es decir, no es sólo una cuestión de involucrar a los órganos generativos en el acto sexual, sino de ser imagen de la Trinidad.
La verdad y el sentido de la sexualidad -de la facultad sexual- hay que contemplarla como una participación o, mejor, como cooperación con el amor creador de Dios: pone las condiciones necesarias y suficientes para que Dios cree el espíritu humano y así una nueva criatura entre en la existencia. Es una verdad sencilla y admirable.
Esto explica también la diferencia anatómica y fisiológica del hombre y la mujer; y también, las cualidades anímicas propias de esa diferenciación.

4.- Sobre la participación del ser divino personal, que es la persona, se añade la participación diversificada en el hombre y la mujer; diversificada para completarse y orientarse a la procreación.
5.- Se entiende, con lo dicho, la diferencia que hay entre la sexualidad del hombre y del animal, porque éste no participa del amor trinitario, que implica amor y generación. El hombre, sí.
La sexualidad humana -su facultad sexual- está orientada a la concepción de una persona humana. La sexualidad animal, en cambio, es sólo un medio para la reproducción, tiene como fin la continuidad de la especie, nada más. El hombre colabora con Dios en poner en la tierra a hijos de Dios destinados a poblar el cielo.

Todavía queda aún más sublimada esta facultad procreadora por cuanto, en plena historia de la humanidad multiplicada, en el orden de las generaciones humanas, aparece en la tierra el mismo Hijo de Dios hecho hombre.
El valor especial de la dimensión procreadora de la sexualidad está ligado al hecho de ser colaboración con Dios en la obra de la creación y la salvación. Esa capacidad supone por parte de Dios la confianza de hacer al hombre partícipe en la humanización y salvación de la humanidad. 


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¿Preguntas o comentarios?... los escucho y respondo.

[1] Juan Pablo II, Alocución, 14-XI-1979
[2] Cf. Amoris Laetitia, cap. I.

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