ELEMENTOS CENTRALES DEL MATRIMONIO SEGÚN LA BIBLIA

El matrimonio en el momento de la creación.

No hace falta estudiar toda la Biblia y sus relatos sobre el matrimonio, porque eso excedería el poco espacio que tenemos en estas clases. Es suficiente conocer los textos más significativos, de modo resumido, como haremos.

Los textos más importantes son los dos relatos de la creación, y, después, el capítulo 19 de san Mateo y el capítulo 5 de la carta a los Efesios.

Aunque la Sagrada Escritura no ofrece una teología del matrimonio, sí proporciona elementos y afirmaciones de gran importancia sobre la naturaleza, finalidad, etc., del matrimonio.

Particularmente relevantes son los relatos de los dos primeros capítulos del Génesis sobre la creación del hombre y la mujer, que vemos a continuación.

Relato de Génesis


Como llevamos dicho, el libro del Génesis presenta dos narraciones diferentes de la creación del hombre, cada una con características propias; sin embargo, son coincidentes en lo fundamental.

La primera la podemos recordar con facilidad porque es la culminación de la creación del mundo realizada por etapas o “días”.

La segunda narración usa un lenguaje más simbólico con elementos literarios de otras culturas. Seguramente nos viene a la mente la creación del hombre en el Paraíso, creado del limo de la tierra; la mujer de su costilla. Toda la creación pasó delante del hombre, quien le puso nombre.

a) Creación del hombre y la mujer en Gen 1, 26-28.

"Dijo Dios: Hagamos el hombre a imagen nuestra, según nuestra semejanza, y dominen en los peces del mar, en las aves del cielo, en los ganados y en todas las alimañas, y en todo animal que serpea sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen: a imagen de Dios le creó; macho y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla; dominad en los peces del mar, en las aves del cielo y en todo animal que serpea sobre la tierra".

El ser humano aparece como el punto culminante de la obra creadora de Dios.

Este relato emplea un lenguaje más abstracto y doctrinal que el segundo. "Este conciso fragmento -dice Juan Pablo II- contiene las verdades antropológicas fundamentales: el hombre es el ápice de todo lo creado en el mundo visible, y el género humano corona toda la obra de la creación; ambos son seres humanos en el mismo grado, tanto el hombre como la mujer; ambos fueron creados a imagen de Dios".

Para la teología del matrimonio es particularmente relevante cuanto se dice sobre la unidad del ser humano y la diferenciación sexual.

1.- A imagen y semejanza de Dios. La palabra «hombre» posee aquí un sentido colectivo: todo el hombre.

La diferenciación del ser humano en hombre y mujer deriva del acto creador de Dios. Por tanto: el hombre y la mujer son iguales en naturaleza y dignidad; la sexualidad, como modalización de la corporeidad, está revestida o cubierta del valor y dignidad personal; y la masculinidad y feminidad son, en última instancia, don del Creador.

Al presentar la diversidad sexual, el relato está indicando que el «ser» del hombre no es independiente de la sexualidad ni, por consiguiente, de su realización personal.

2.- La bendición de la fecundidad. El texto señala también que a la diferenciación de la sexualidad está vinculada la fecundidad, mediante la bendición de Dios. En este contexto, dado que sólo Dios es el creador, la procreación aparece claramente como una participación en el poder creador divino. Y, en consecuencia, aparte de indicar claramente la dignidad del proceso procreador, se apunta ya que la transmisión de la vida es una función «ministerial»: son los ministros y colaboradores de Dios.

«La descripción "bíblica" -dice Juan Pablo II- habla, por consiguiente, de la institución del matrimonio por parte de Dios en el contexto de la creación del hombre y de la mujer, como condición indispensable para la transmisión de la vida a las nuevas generaciones de los hombres a las que el matrimonio y el amor conyugal están ordenados: "Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla"».[1].

b) Creación del hombre y la mujer en Gen 2, 18-24.

Dijo luego Yahveh Dios: "No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle ayuda adecuada. Y Yahveh Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo, y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera. El hombre puso nombre a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo, mas para el hombre no encontró una ayuda adecuada. Entonces Yahvé Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas rellenando el vacío de carne. De la costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada varona porque del varón ha sido tomada. Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer y se hacen una sola carne".

El lenguaje de esta segunda narración es, en cierto sentido, menos preciso; más descriptivo y metafórico, más cercano al lenguaje de los mitos conocidos en aquel tiempo.

Presenta la creación del hombre especialmente desde el aspecto de su subjetividad, siendo el hombre un sujeto.

«Constituye, en cierto modo, la más antigua descripción sobre la auto comprensión del hombre (...), es el primer testimonio de la conciencia humana»[2].

Este texto ha sido considerado fundamental para el matrimonio, en la Tradición y en la Teología. De alguna manera revela en síntesis la verdad del matrimonio según el designio originario de Dios.

-Diferenciación del ser humano en hombre y mujer. Desde el punto de vista de la humanidad, entre el hombre y la mujer hay una identidad esencial. La sexualidad es un accidente de la esencia. Tanto uno como el otro son seres humanos completos. Así lo manifiestan claramente: la reacción del hombre que la reconoce inmediatamente como «carne de su carne y hueso de sus huesos».

A la vez, sin embargo, este texto hace ver que la diferenciación del ser humano en hombre (masculinidad) y mujer (feminidad) está orientada a la mutua complementariedad. Entre el ser humano y el resto de los seres vivientes se da una diferencia tan esencial y de tal naturaleza que, cuando se encuentra sólo («no encontró una ayuda adecuada»), a pesar de que se ha puesto en contacto con ellos («los llevó ante el hombre... les puso nombre»). Para superar esa soledad es necesaria la presencia de otro ser humano («esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne»).

El ser humano no ha sido creado para vivir en soledad, sólo se realiza plenamente existiendo con alguien o, más exactamente, para alguien.

El texto insiste en el valor y significado del cuerpo: por medio de él la persona se expresa a sí misma, se puede decir que es su cuerpo.

Recalca también la igualdad de naturaleza y dignidad entre el hombre y la mujer. Pero de manera particular resalta la peculiaridad de la masculinidad («varón) y de la feminidad («varona»), y también el significado de la dualidad de la unidad: la mujer es para el hombre, y éste para la mujer. Ni el hombre ni la mujer pueden llegar al desarrollo pleno de su personalidad, fuera o al margen de su condición masculina o femenina y sin tener en cuenta o relacionarse con los demás.

Esto no significa que el hombre necesite del uso de la facultad procreadora para realizarse.

-La unión del hombre y la mujer. El hecho de que el ser humano, creado como hombre y mujer, sea imagen de Dios (...) significa además que el hombre y la mujer, creados como "unidad de los dos'' en su común humanidad, están llamados a vivir una comunión de amor y, de este modo, reflejar en el mundo la comunión de amor que se da en Dios, por la que las tres Personas se aman en el íntimo misterio de la única vida divina.

La unidad (y unión) de que se habla no se reduce a la unión carnal. Alude claramente al compromiso por el cual el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer para constituir el matrimonio. Se trata de la alianza en su totalidad.



Ese es también el sentido que tiene delante el Concilio Vaticano II: «Por consiguiente, el hombre y la mujer, ya no son dos, sino una sola carne", con la íntima unión de personas y de obras, se ofrecen mutuamente ayuda y servicio, experimentando así y logrando más plenamente cada día el sentido de su propia unidad.

Esa unión reviste: unas características tan peculiares que sólo puede darse entre un solo hombre y una sola mujer -en oposición a la bigamia-; es tan fuerte que es imposible de romper -indisolubilidad-.

La unión del hombre y la mujer se considera, en el texto, tan sólo desde la perspectiva de la mutua ayuda -no tenía una ayuda adecuada; esta es carne de mi carne, hueso de mis huesos-; directa y explícitamente no se habla de la procreación. Esta, sin embargo, no queda excluida, ya que, según la interpretación más común, se sobreentiende en el hecho de que, al hacerse «una sola carne», se constituyen en un principio de vida de modo que puedan transmitirla.

El texto señala también que la unión del hombre y la mujer («se une a su mujer») por la que se convierten en «una sola carne», proviene de una opción libre: el hombre «deja» a su padre y a su madre para unirse a su mujer.

En la unión del matrimonio el hombre y la mujer son dados -hechos por Dios- (la diferenciación en orden a la mutua complementariedad inscrita en su humanidad responde al acto creador de Dios: «humanidad significa llamada a la comunión interpersonal»), y a la vez se dan (la decisión de unirse es fruto de un acto de elección).


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¿Preguntas o comentarios?... los leo y respondo.



[1] MD 6.
[2] Juan Pablo II, Alocución del 19-IX-1979, 2.


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