INSEPARABILIDAD DE SACRAMENTO Y MATRIMONIO
El tema que vamos a ver ahora parece teórico o para especialistas, pero, en realidad, plantea una serie de cuestiones prácticas bastante frecuentes.
El matrimonio entre bautizados es sacramento, tal como vimos en las otras clases. Muy bien, es un principio básico, pero, nos preguntamos: ¿puede haber matrimonio entre bautizados que no sea sacramento? ¿Puede decir un bautizado, “me voy casar, pero mi matrimonio quiero que sea natural, no por la Iglesia”?
Adelantamos la respuesta: entre bautizados el matrimonio y el sacramento están tan unidos -inseparablemente- que, si yo quiero el matrimonio, quiero el sacramento, y en sentido contrario, si rechazo el sacramento, rechazo el matrimonio.
La perspectiva para estudiar esta cuestión es la del misterio o designio salvador de Dios, al que los bautizados se han incorporado por el bautismo. Esta es la óptica desde la que se trata este tema en los documentos de la Iglesia.
Igual hay que advertir un par de cosas:
1.- La tesis de la inseparabilidad está firmemente asentada en la tradición, la doctrina de la Iglesia y la teología[1]. Declarada a comienzos de este siglo XX por la Rota Romana en una sentencia como próxima a la fe; es tenida de ordinario como «doctrina católica».
Esta tesis se apoya en última instancia en la praxis de la Iglesia que ha defendido la validez y condición sacramental de los matrimonios de los bautizados, celebrados tan sólo con el consentimiento de los contrayentes. El llamado matrimonio de forma extraordinaria que veremos en su momento.
2.- En última instancia, se reduce a la manera de entender la relación que hay entre el matrimonio sacramental con el matrimonio de «los orígenes». ¿Se trata de la misma realidad? ¿Es el matrimonio de «los orígenes» introducido en una dimensión nueva o sacramental? ¿Podría yo contraer matrimonio natural -de los orígenes- y no matrimonio sacramental? ¿Podría bajarme del orden sobrenatural y moverme sólo en el terreno natural? Obviamente estamos hablando de los bautizados.
La respuesta es que, entre bautizados, el matrimonio es siempre sacramento. De manera constante a partir del s. XVIII el Magisterio de la Iglesia enseña que, cuando se casan entre sí dos bautizados, se da una unión tan íntima y esencial entre el matrimonio y el sacramento que, para ellos, no es posible contraer matrimonio sin que sea sacramento.
Entre bautizados, el matrimonio de «los orígenes» es elevado a sacramento. Es el mismo matrimonio como realidad humano-natural el que es constituido signo eficaz de la unión de Cristo con la Iglesia y recibe, por la institución de Cristo, la gracia.
Esto supone que: a) la acción santificadora de Cristo (elevante) afecta a la institución misma matrimonial, permaneciendo idéntica en su esencia el matrimonio de los orígenes, pero en un estado nuevo; b) todo matrimonio válido entre bautizados es sacramento, y produce la gracia, si no se le pone obstáculos.
La reflexión teológica argumenta a partir de dos premisas o principios: la unidad del designio de Dios sobre el matrimonio; y la incorporación a Cristo por medio del bautismo.
a) La unidad del designio de Dios sobre el matrimonio
La relación entre el orden de la creación y de la redención hace imposible que entre bautizados pueda darse un verdadero matrimonio que no sea sacramento, es decir, un matrimonio que pueda considerarse verdadero en el orden de «la creación», sin que sea también matrimonio de «la redención» o sacramento.
Hay una pretendida valoración del sacramento civil -no religioso- que lo rodea de un ritual tan solemne que se parece al casamiento religioso. Hasta el agente público encargado de la ceremonia civil hace un papel cuasi sacerdotal.
¿Por qué? Dado que todas las cosas han sido creadas por Cristo y para Cristo[2], el designio de Dios es que el matrimonio, ya desde «el principio», sea figura y esté ordenado al matrimonio de la «redención» o sacramento».
Con la venida de Cristo lo que era figura pasa a ser realidad: la institución del matrimonio del «principio» como sacramento de la Nueva Alianza, y hace que haya dejado de tener vigencia la que era sombra, anuncio, prefiguración de lo que había de llegar.
El matrimonio de «los orígenes» y el matrimonio del sacramento son ciertamente, uno y otro, signos del misterio del amor de Dios por la humanidad, pero de manera muy diversa: antes de la venida de Cristo era signo del sacramento, porque lo anunciaba (era figura); después de la venida de Cristo es signo, porque lo realiza (es realidad).
Es posible pensar en un orden de la creación no orientado a la redención…, es decir, a Cristo. Pero históricamente no existió, sólo existe un único y eterno designio divino de salvación. Una creación no orientada a la redención es sólo una pura posibilidad. Ni el pecado original alteró ese designio divino; ni al hombre le es posible vivir fuera o impedir esa ordenación a la salvación.
Puede rechazar el participar de hecho en la salvación por mal uso de su libertad; pero no es posible pretender quedarse en el orden de la creación, porque el orden de la creación fue renovado: “has visto cómo hago nuevas todas las cosas”[3].
La consecuencia es que tan sólo tiene el valor de hipótesis pensar otra manera de realizarse históricamente el designio de Dios sobre el matrimonio que no sea la sacramental. Esta es la única querida por Dios en la actual economía de la salvación.
Cuando un hombre y una mujer se casan verdaderamente, su matrimonio se inserta en el designio originario de Dios que, según acaba de decirse, incluye la ordenación a ser signo eficaz de salvación (no a quedarse sólo en figura o anuncio de esa salvación).
b) Sacramentalidad del matrimonio y condición bautismal.
El bautismo que han recibido los que se casan hace que su matrimonio sea siempre sacramento. Por el bautismo los cristianos se elevan al orden de la gracia y se incorporan a Cristo de tal manera que se convierten en miembros de la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo. Y como miembros de Cristo y de la Iglesia, no pueden unirse en matrimonio más que en nombre de Cristo y de la Iglesia; no puedo decir, me inserto en Cristo, pero me mantengo en el orden natural, dando un paso para atrás, en este aspecto. Estoy inventando un nuevo sistema de salvación.
Su unión matrimonial ha de ser signo y realización de la unión de Cristo con la Iglesia. Lo que tan sólo sucede si su matrimonio es sacramento.
El bautismo hace que su matrimonio sea representación real del amor de Cristo y de la Iglesia; es decir, que sea sacramento de la Nueva Alianza. Pero a la vez ese bautismo es la razón de que su matrimonio no puede ser más que sacramento: una vez que cada uno de ellos, como singulares, se han hecho miembro del Cuerpo de Cristo y se han insertado ya en la relación de unión entre Cristo y la Iglesia, no les queda otra posibilidad.
Ni la Iglesia ni los que se casan pueden hacer que no sea sacramento. Lo contrario daría lugar a un orden de salvación diferente del revelado y realizado por Cristo y al que los bautizados se han incorporado por el bautismo.
Para que el matrimonio entre bautizados no fuera sacramento, se debería borrar en ellos el carácter bautismal, lo que no es posible. Por esta razón la Iglesia ha rechazado siempre el matrimonio civil de los católicos, a no ser por los efectos civiles o patrimoniales.
Más que de inseparabilidad entre matrimonio y sacramento entre bautizados, se debería hablar de identidad. El matrimonio y el sacramento no son dos realidades unidas, son una y la misma cosa. Sin embargo, se emplea el término inseparabilidad para dejar clara la distinción entre naturaleza y gracia que sí son dos realidades distintas.
De allí que, cuando dos no bautizados se casan, tienen un matrimonio natural. Pero si se bautizan, ese matrimonio natural se convierte en matrimonio sacramental. Después de bautizados, no tienen que casarse por la Iglesia porque ya estaban casados naturalmente, con matrimonio válido.
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¿Preguntas o comentarios?... los leo y respondo.
[1] La posición de los autores es común y abrumadoramente mayoritaria en esta dirección. Son relativamente recientes el rechazo y las condenas por el Magisterio de la Iglesia de la tesis de la separabilidad.
[2] cf. Jn 1, 3; Col 1, 16; Ef 1, 10; Hch 1, 2.
[3] Ap 21, 5
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