EL VINCULO MATRIMONIAL
Por el sacramento del matrimonio, Jesús sale al encuentro de los esposos, haciendo que “la comunidad de vida y amor conyugal” que acaban de inaugurar, sea asumida y elevada en la caridad esponsal de Cristo (amor de Cristo por la Iglesia). Un misterio que en general no se tiene conciencia, sin embargo, muy importante.
En qué consiste y cuál sea el alcance de esa transformación o elevación, es lo que se considera en este punto a través de dos apartados: el vínculo matrimonial y el amor conyugal. Hoy vamos a hablar del vínculo matrimonial.
El vínculo conyugal, representación real de la unión de Cristo con la Iglesia.
La celebración del matrimonio da lugar, entre el hombre y la mujer, a una unión con una naturaleza y unas características que no dependen para nada de la decisión humana, tal como vimos en otras clases. Vienen de la naturaleza, que es creada por Dios.
Nace una «sociedad» tan única y especial entre los contrayentes que, superando la relación «yo»-«tú» previa al matrimonio, llegan a ser, cada uno, un «yo» y «tú» simultáneamente, un «nosotros», una «unidad de dos». Una cosa increíble.
Tan peculiar y estrechamente se unen entre sí que vienen a ser «una sola carne», formando una «comunión de personas», también a través del cuerpo, es decir, en su dimensión masculina y femenina, sexualmente distinta y complementaria, hasta el punto de que el Señor, refiriéndose a esa «unidad en la carne» concluye: «de manera que ya no son dos, sino una sola carne» (Mt 19, 8).
Es un cambio en el modo de ser de los cónyuges. Antes era “yo” y después del consentimiento pasa a ser “yo”, fulanito de tal y, simultáneamente “yo, fulanito, marido de…” Y la mujer, lo mismo.
Esta singular comunión entre los esposos es el vínculo matrimonial, que, por su misma naturaleza, es perpetuo y exclusivo.
Es el primer efecto e inmediato de todo matrimonio: el vínculo. Constituye la esencia del matrimonio.
Pero si los que se casan son cristianos, su alianza queda de tal manera integrada en la alianza de amor entre Dios y los hombres, que su matrimonio -el vínculo conyugal- es símbolo real de ese amor, signo sacramental de la misma relación de Cristo con la Iglesia. Es una realidad que no se recuerda como debería.
Gracias al bautismo recibido los esposos cristianos participan ya, realmente, del misterio de amor que une a Cristo con la Iglesia. En última instancia se trata de una característica propia de todo sacramento. Pero esa participación reviste una especificidad propia en el sacramento del matrimonio: tiene lugar a través del vínculo matrimonial.
«Los esposos participan [del amor nupcial de Cristo y de la Iglesia] en cuanto esposos, los dos, como pareja, a tal punto que, el primer e inmediato efecto del sacramento, no es la misma gracia sobrenatural, sino el lazo conyugal cristiano, una unión típicamente cristiana, porque representa el misterio de la encarnación de Cristo y su misterio de Alianza».
Entre la alianza esponsal de Cristo con la Iglesia y la alianza matrimonial del sacramento del matrimonio, se da una relación real, esencial e intrínseca. No se trata sólo de un símbolo, ni de una simple analogía. Se habla de una verdadera comunión y participación que, une a los esposos -en cuanto esposos- con el Cuerpo Místico de Cristo.
A la realidad de esta profunda transformación del vínculo matrimonial, se alude a veces en la teología diciendo que el matrimonio imprime un «cuasi-carácter». El vínculo matrimonial
es tan indestructible y durable que, de suyo, sólo se destruye con la muerte y, además, hace imposible la celebración de un nuevo matrimonio.
Otras veces, la teología, situándose en una perspectiva más bien eclesiológica, habla del vínculo matrimonial como uno de los dones o carismas dentro del Pueblo de Dios. En este contexto viene a señalar que es uno de los modos de existir en la Iglesia: la relación que los esposos tienen con el misterio de amor entre Cristo y la Iglesia es la razón del lugar y misión que, en cuanto esposos, han de desempeñar en la Iglesia.
Como bautizados, son ya miembros de la única Iglesia; pero, en virtud del sacramento del matrimonio, son también, y a la vez, «la Iglesia doméstica». El matrimonio introduce en un ordo eclesial, derechos y deberes en la Iglesia entre los esposos y para con los hijos. Es un régimen jurídico, propio, dentro de la Iglesia. Esta perspectiva está también presente en el Vaticano II.
De cuanto se lleva dicho se concluye, entre otras cosas, que:
-«El matrimonio, el matrimonio sacramento, es una alianza de personas en el amor. Y el amor puede ser profundizado y custodiado solamente por el Amor, aquel Amor que es "derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5)».
Por eso, la oración y la meditación frecuente del sacramento celebrado, es uno de los hilos conductores de la espiritualidad matrimonial. Sólo con la efusión de la gracia del Espíritu Santo, implorada en la celebración litúrgica del sacramento del matrimonio y en la existencia de cada día, los esposos estarán en disposición de custodiar y revelar el amor de Cristo por la Iglesia, en el que han sido insertados.
-La existencia matrimonial de los esposos responde a la verdad que han venido a ser por el sacramento del matrimonio cuando, en el discurrir de su jornada, «son el uno para el otro y para los hijos», para cuantos les contemplan, «recuerdo permanente» de la entrega de Cristo en la Cruz. Cuando lo son según ese modo propio en el que participan del acontecimiento de la salvación y para el que son fortalecidos por el sacramento del matrimonio.
En qué consiste y cuál sea el alcance de esa transformación o elevación, es lo que se considera en este punto a través de dos apartados: el vínculo matrimonial y el amor conyugal. Hoy vamos a hablar del vínculo matrimonial.
El vínculo conyugal, representación real de la unión de Cristo con la Iglesia.
La celebración del matrimonio da lugar, entre el hombre y la mujer, a una unión con una naturaleza y unas características que no dependen para nada de la decisión humana, tal como vimos en otras clases. Vienen de la naturaleza, que es creada por Dios.
Nace una «sociedad» tan única y especial entre los contrayentes que, superando la relación «yo»-«tú» previa al matrimonio, llegan a ser, cada uno, un «yo» y «tú» simultáneamente, un «nosotros», una «unidad de dos». Una cosa increíble.
Tan peculiar y estrechamente se unen entre sí que vienen a ser «una sola carne», formando una «comunión de personas», también a través del cuerpo, es decir, en su dimensión masculina y femenina, sexualmente distinta y complementaria, hasta el punto de que el Señor, refiriéndose a esa «unidad en la carne» concluye: «de manera que ya no son dos, sino una sola carne» (Mt 19, 8).
Es un cambio en el modo de ser de los cónyuges. Antes era “yo” y después del consentimiento pasa a ser “yo”, fulanito de tal y, simultáneamente “yo, fulanito, marido de…” Y la mujer, lo mismo.
Esta singular comunión entre los esposos es el vínculo matrimonial, que, por su misma naturaleza, es perpetuo y exclusivo.
Es el primer efecto e inmediato de todo matrimonio: el vínculo. Constituye la esencia del matrimonio.
Pero si los que se casan son cristianos, su alianza queda de tal manera integrada en la alianza de amor entre Dios y los hombres, que su matrimonio -el vínculo conyugal- es símbolo real de ese amor, signo sacramental de la misma relación de Cristo con la Iglesia. Es una realidad que no se recuerda como debería.
Gracias al bautismo recibido los esposos cristianos participan ya, realmente, del misterio de amor que une a Cristo con la Iglesia. En última instancia se trata de una característica propia de todo sacramento. Pero esa participación reviste una especificidad propia en el sacramento del matrimonio: tiene lugar a través del vínculo matrimonial.
«Los esposos participan [del amor nupcial de Cristo y de la Iglesia] en cuanto esposos, los dos, como pareja, a tal punto que, el primer e inmediato efecto del sacramento, no es la misma gracia sobrenatural, sino el lazo conyugal cristiano, una unión típicamente cristiana, porque representa el misterio de la encarnación de Cristo y su misterio de Alianza».
Entre la alianza esponsal de Cristo con la Iglesia y la alianza matrimonial del sacramento del matrimonio, se da una relación real, esencial e intrínseca. No se trata sólo de un símbolo, ni de una simple analogía. Se habla de una verdadera comunión y participación que, une a los esposos -en cuanto esposos- con el Cuerpo Místico de Cristo.
A la realidad de esta profunda transformación del vínculo matrimonial, se alude a veces en la teología diciendo que el matrimonio imprime un «cuasi-carácter». El vínculo matrimonial
es tan indestructible y durable que, de suyo, sólo se destruye con la muerte y, además, hace imposible la celebración de un nuevo matrimonio.
De ahí que, si se compara con los sacramentos del Bautismo, Orden sagrado y Confirmación, que imprimen un sello imborrable o carácter, el término «carácter» aplicado al matrimonio hay que entenderlo tan sólo en un sentido analógico, como un «cuasi-carácter».
Ese es el sentido que debe darse a las palabras del Vaticano II y también de la Encíclica Humanae vitae: «Por ello, los esposos cristianos son robustecidos y como consagrados con un sacramento especial...».
Se dice “como consagrados” porque no imprime carácter; pero, por ello, no se debe minimizar la realidad consistente en que, por el sacramento, se da en los esposos una verdadera «consagración» o dedicación para ser, mediante su unión recíproca, representación real del misterio de amor de Cristo y de la Iglesia.
Otras veces, la teología, situándose en una perspectiva más bien eclesiológica, habla del vínculo matrimonial como uno de los dones o carismas dentro del Pueblo de Dios. En este contexto viene a señalar que es uno de los modos de existir en la Iglesia: la relación que los esposos tienen con el misterio de amor entre Cristo y la Iglesia es la razón del lugar y misión que, en cuanto esposos, han de desempeñar en la Iglesia.
Como bautizados, son ya miembros de la única Iglesia; pero, en virtud del sacramento del matrimonio, son también, y a la vez, «la Iglesia doméstica». El matrimonio introduce en un ordo eclesial, derechos y deberes en la Iglesia entre los esposos y para con los hijos. Es un régimen jurídico, propio, dentro de la Iglesia. Esta perspectiva está también presente en el Vaticano II.
De cuanto se lleva dicho se concluye, entre otras cosas, que:
-«El matrimonio, el matrimonio sacramento, es una alianza de personas en el amor. Y el amor puede ser profundizado y custodiado solamente por el Amor, aquel Amor que es "derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5)».
Por eso, la oración y la meditación frecuente del sacramento celebrado, es uno de los hilos conductores de la espiritualidad matrimonial. Sólo con la efusión de la gracia del Espíritu Santo, implorada en la celebración litúrgica del sacramento del matrimonio y en la existencia de cada día, los esposos estarán en disposición de custodiar y revelar el amor de Cristo por la Iglesia, en el que han sido insertados.
-La existencia matrimonial de los esposos responde a la verdad que han venido a ser por el sacramento del matrimonio cuando, en el discurrir de su jornada, «son el uno para el otro y para los hijos», para cuantos les contemplan, «recuerdo permanente» de la entrega de Cristo en la Cruz. Cuando lo son según ese modo propio en el que participan del acontecimiento de la salvación y para el que son fortalecidos por el sacramento del matrimonio.
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¿Preguntas o comentarios?... los leo y respondo.
Hola ,Salvador!! Estoy segura que Dios en el sacramento del matrimonio nos dió superpoderes,para superar todas las dificultades.que humanamente sería imposible.Muchas veces pedí ,a Dios que me diera fuerzas para seguir adelante, comprensión en mi matrimonio,paciencia, etc Llevamos 29 años y los dos damos gracias a Dios de estar juntos ,No nos cansamos de decir que nos volveríamos a
ResponderEliminarelegir.Trato de vivir para hacerlo feliz y el a mi . Pido a Dios por la salvación de mi alma , la de Santiago y la de mis hijos .
Felicitaciones por todos estos años de fidelidad matrimonial. Que Dios los siga bendiciendo, como la primera vez.
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