EL AMOR CONYUGAL

El amor conyugal o matrimonial es un amor que tiene unas características propias, que le distinguen de otras formas de amor.

Se pueden amar distintos objetos o personas, o, dicho de otro modo, se puede amar toda clase de objetos, o de personas. Si el amor es al cónyuge se trata de un amor distinto o especial, llamado conyugal: el amor que se da entre un hombre y una mujer, en cuanto que varón y mujer.

Por eso, son tres las coordenadas que definen necesariamente este amor tan peculiar:
a) originarse a partir de la alianza matrimonial, es decir, de la celebración del matrimonio (no antes, por eso es conyugal)
b) ser eminentemente humano (no meramente físico).
c) comprometer a la persona en su totalidad, por tanto, su dimensión sexual.

En última instancia, es una imagen del amor que Dios tiene escondido en el fondo de su corazón desde toda la eternidad.

Para entenderlo mejor podemos decir que cuando el Señor sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio, el amor conyugal auténtico es asumido por el amor divino y se rige y enriquece por la relación de Cristo con la Iglesia.

Como consecuencia de esto último, de la inserción del vínculo matrimonial con la relación entre Cristo y la Iglesia, el amor de los esposos está dirigido a ser imagen y representación real de ese amor. Queda empapado por esta relación.

Al mismo tiempo, Cristo se sirve del amor de los esposos para amar y dar a conocer cómo es el amor con que Él ama a su Iglesia. El amor matrimonial es -y debe ser- un reflejo del amor de Cristo a su Iglesia. Los que ven el amor de marido y mujer deben descubrir el amor de Jesús por la Iglesia… Debería ser así.

Igual hay que tener en cuenta que, el amor conyugal, al ser asumido en el amor divino, por un lado, no pierde ninguna de las características que le son propias, en cuanto realidad humana. Es el amor genuinamente humano -no otra cosa- lo que es asumido en el orden nuevo y sobrenatural de la redención.

Pero a la vez, se produce en él una verdadera transformación, que consiste en una recreación y elevación sobrenatural, no sólo en la atribución de una nueva significación.

Lo dicho hasta aquí se puede resumir con un texto de la Familiaris consortio: «El amor conyugal comporta una totalidad, en la que entran todos los elementos de la persona -reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad-; mira a una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne, conduce a no ser más que un sólo corazón y una sola alma; exige la indisolubilidad y fidelidad de la donación recíproca definitiva y se abre a la fecundidad. En una palabra: se trata de las características normales de todo amor conyugal natural, pero con un significado nuevo, que no sólo las purifica y consolida, sino que las eleva hasta el punto de hacer de ellas la expresión de valores propiamente cristianos».

Por otro lado, se debe recordar que la asunción y transformación del amor matrimonial en el amor divino, no es transitoria, como tampoco lo es la inserción del vínculo matrimonial en la alianza de Cristo con la Iglesia. Es tan permanente -mientras vivan- y exclusiva, como lo es la unión de Cristo con la Iglesia. Cristo por medio del sacramento del matrimonio permanece con ellos [los esposos], para que, con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad, como Él mismo ha amado a su Iglesia y se entregó por ella.

Se concluye, por eso, que, en el amor de Cristo por la Iglesia, los esposos cristianos han de encontrar siempre el modelo y la norma de su mutua relación. Pero -interesa recalcarlo- el amor de Cristo ha de ser la referencia constante de ese amor, porque primero y sobre todo es su fuente. Su amor es un don y derivación del mismo amor creador y redentor de Dios.

Precisamente esa es la razón de que sean capaces de superar con éxito las dificultades que se puedan presentar, llegando hasta el heroísmo, si es necesario. Ese es también el motivo de que puedan y deban crecer más en su amor: siempre, en efecto, les es posible avanzar más, también en este aspecto, en la identificación con el Señor.

Cuando la Encíclica Humanae vitae expone las características del amor conyugal diciendo que ha de ser humano, total, fiel, exclusivo y fecundo, no hace más que expresar una realidad, que está «escrita en sus mismos corazones».

De esta manera, ciertamente, los esposos se convierten -el uno para el otro- en don sincero de sí del modo más completo y radical: se afirman en su íntima verdad como personas; etc...

«Entregarse» es convertirse en «don sincero», amando hasta el extremo. Ese es el amor que los esposos deben vivir y reflejar.

Sin embargo, después del pecado original, vivir la rectitud en el amor matrimonial es «trabajoso». A veces es difícil. La experiencia del mal se hace sentir en la relación del hombre y la mujer. Su amor matrimonial se ve frecuentemente amenazado por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir en ocasiones hasta el odio y la ruptura.

Acecha constantemente la tentación del egoísmo, en cualquiera de sus formas. Hasta el punto de que, sin la ayuda de Dios el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó "al comienzo".

Sólo el auxilio de Dios les hace capaces de vencer el repliegue sobre sí mismos y abrirse al «otro» mediante la entrega sincera de sí mismos. Precisamente, tras la caída del principio, éste es uno de los cometidos asignados por Dios al sacramento del matrimonio en relación con el amor conyugal, como señala el Concilio Vaticano II cuando afirma que «el Señor se ha dignado sanar, perfeccionar y elevar este amor con el don especial de la gracia y de la caridad».

a) Sanarlo, porque el amor conyugal, aunque es una realidad buena en sí misma, debido al desorden del pecado, necesita del auxilio de la gracia para ser vivido con rectitud y de manera auténticamente humana;

b) Perfeccionarlo, en cuanto que, aparte de consolidar las exigencias y características del amor conyugal como realidad humana, le proporciona una nueva dirección y medida (la del amor de Cristo por la Iglesia) y hace a los esposos capaces de vivirlo en plenitud;

c) Elevarlo, porque, como consecuencia de la inserción en el misterio de amor de Cristo por la Iglesia, ese amor conyugal es convertido en expresión y cauce de ese mismo amor.

Es patente la trascendencia de cuanto acaba de decirse para el existir de los matrimonios. Las manifestaciones de amor entre los esposos pueden y deben ser expresiones del amor sobrenatural.

La elevación al orden sobrenatural del amor conyugal, que mantiene íntegras todas las características de la condición humana de ese amor, constituye el punto de referencia necesario que los esposos cristianos deben tener siempre delante para consolidar, fortalecer y recuperar -en su caso- el genuino amor conyugal.

Pero, por eso mismo, se revela absolutamente indispensable poner los medios necesarios para custodiar, consolidar y acrecentar ese amor. Esa es la manera adecuada de responder, los esposos, al don del amor de Dios: en concreto, la huida de las ocasiones que pueden enturbiar o hacer peligrar su relación; la obediencia a los mandamientos divinos; la práctica de las virtudes que lleva al auténtico dominio de sí; la fidelidad a la oración; el recurso a los sacramentos.

Repito una idea que ha salido en otras oportunidades y volverá a salir: no hay que olvidarse que el matrimonio nació en el altar y se nutre del altar.


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¿Preguntas o comentarios?... los leo y respondo.

Comentarios

  1. Gracias Padre asi es...el amor conyugal...que hemos visto a traves de los años en nuestos Padres y abuelos....y continua con nosotros y nuestros hijoscon ayuda de jesus y .Maria Santisima.

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