EL DOMINIO DE LA CONCUPISCENCIA


Los esposos cristianos deben vivir su vocación hasta su perfección mediante el cumplimento fiel de los propios deberes. Para ello han sido «consagrados» -como vimos- con el sacramento del matrimonio. Ciertamente cuentan con gracias y auxilios específicos.


El sacramento del matrimonio es, por tanto, un don confiado a los esposos como una misión: La realización del matrimonio constituye el objeto de ese don. De ahí el tono optimista con que deben afrontar las vicisitudes de sus mutuas relaciones, sabedores de la fuerza de ese don. Esto es muy importante. No sé si te das cuenta.
Primero, la gracia del sacramento incide en la «dureza del corazón» en la que están inmersos por el pecado original y que dificulta el entender correctamente la verdad del matrimonio; y después, comporta la entrega efectiva de las gracias para superar los obstáculos que en ese cumplimiento puedan sobrevenir.


Con el sacramento los cónyuges cristianos son ayudados por la presencia del Espíritu Santo en su corazón, que les guía hasta el descubrimiento de la verdad de su vocación matrimonial inscrita en su corazón, y les impulsa a orientar y configurar sus vidas según la ley de Dios.

El sacramento del matrimonio es, en el fondo, «una exhortación a dominar la concupiscencia», y, por tanto, a vivir la virtud de la castidad de la manera que les es propia, sin la cual es imposible conseguir aquel dominio.

Sin duda, esto hay que entenderlo en cuanto dominio, armonía interior, templanza, amor…

Con la virtud de la castidad los esposos son capaces de vivir sus mutuas relaciones como cooperación con el amor de Dios, y la vez, inseparablemente, como lenguaje de comunicación interpersonal a través de la donación sincera de sí mismos.

Es decir, son capaces de vivir la verdad de la «unidad de dos» de su matrimonio. Hacia esa finalidad conduce precisamente la «gracia» del matrimonio, orientando el bien y verdad de la sexualidad hacia la caridad o amor de Dios.

Del sacramento nace la libertad del corazón -el dominio de la «concupiscencia»- con la que es posible «vivir la unidad y la indisolubilidad del matrimonio y, además, el profundo sentido de la dignidad de la mujer en el corazón del hombre (como también de la dignidad del hombre en el corazón de la mujer) tanto en la convivencia conyugal como en cualquier otro ámbito de las relaciones recíprocas».

Cuando se afirma que uno de los fines del matrimonio es servir de «remedio a la concupiscencia» se está diciendo, sin más, que al matrimonio le corresponde, como don o gracia particular -también como tarea-, dominar el desorden de las pasiones, estableciendo la armonía y libertad del corazón.

En este contexto, el matrimonio significa el orden ético introducido conscientemente en el ámbito del corazón del hombre y de la mujer y en el de sus relaciones recíprocas como marido y mujer.

«Remediar la concupiscencia» es una de las dimensiones de la gracia sacramental del matrimonio.

Sería un error entender el remedio de la concupiscencia como una tolerancia, en el seno del matrimonio, de algo en sí pecaminoso. Como institución, el matrimonio es una realidad buena y santa.

Si se habla de «remediar la concupiscencia» como de una finalidad del matrimonio, ha de admitirse tan sólo como una finalidad del sacramento y de la gracia que confiere: remediar la concupiscencia es superarla y vivir la santidad.

Sin la gracia de Cristo, es claro que el hombre y la mujer no pueden vivir su matrimonio como una comunidad de vida y amor, como «una sola carne» y abierta al don de la vida. Y es el sacramento, como signo eficaz de la gracia, el que sana esta incapacidad. La sexualidad, en efecto, como todo lo humano, tiene necesidad de ser sanada por Cristo.

«En este sentido, no sólo se puede, sino que se debe decir que el sacramento del matrimonio es el remedio de la concupiscencia.
Aún más esta dimensión de remedio, propia de la gracia del matrimonio, tiene una prioridad. En efecto, es en el lenguaje único de su amor conyugal (una sola carne) donde los esposos realizan su inserción en el misterio esponsal de Cristo y de la Iglesia: el signo sacramental del matrimonio se forma a partir del cuerpo en cuanto lenguaje de la persona.

¿Qué hacen el hombre y la mujer de la concupiscencia? Leen y expresan este lenguaje no en la verdad de su significado; lo falsifican y, por tanto, lo hacen inepto para ser signo de la alianza esponsal de Cristo con la Iglesia. Es el gran tema profético del adulterio de Israel.

La gracia de Cristo debe, pues, en primer lugar, poner remedio a esta situación, para que se constituya en la verdad del lenguaje del cuerpo el misterio esponsal de Cristo con la Iglesia. Esto es, debe curar al hombre y a la mujer que se casan de su concupiscencia».

La consideración sacramental del matrimonio conduce a poner de relieve que el hombre y la mujer, aunque son «hombres de la concupiscencia», son, sobre todo, los hombres llamados a vivir y caminar «según el Espíritu». Aunque la «concupiscencia» pueda, en ocasiones, arrastrarles hasta el error y el pecado, sigue siempre inscrita en su interior la llamada a abrazar la verdad, abandonando el error.

Además, hay añadir que, sin que sea dogma de fe, junto con la gracia vienen las virtudes cardinales, entre ellas la templanza.

El sacramento del matrimonio es, por eso, fuente y razón de la esperanza, y tono ilusionante con que ha de desarrollarse siempre la vida de los esposos cristianos.

Por encima de cualquier obstáculo o contrariedad, está siempre vencedora la gracia del «don» que recibieron. ¡Es el amor esponsal de Cristo por la Iglesia el que ellos participan y vive en ellos por el sacramento!


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