LA EUCARISTÍA Y LA RECONCILIACIÓN EN LA SANTIFICACIÓN DE LOS ESPOSOS


-La Eucaristía es la consumación de la vida cristiana y el fin de todos los sacramentos como ya sabemos; es la cumbre a la cual tiende la actividad espiritual y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza.


A la Eucaristía está estrecha e íntimamente vinculado el matrimonio cristiano y, consiguientemente, la santificación de los casados y de la familia cristiana. Veremos, en dos palabras, cómo es esto.

El matrimonio es participación y signo de la alianza de amor de Cristo con la Iglesia, conforme a lo que habíamos visto en otras clases. Esa alianza de amor está sellada con la sangre de la Cruz; se realiza y es representada en el sacrificio eucarístico. 
También la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia es expresada como un matrimonio, y, en consecuencia, el sacrificio de la Cruz, que es misteriosa y realmente renovado en la Eucaristía, hace presente la alianza nupcial entre Cristo y la Iglesia.

De ahí que, la existencia de los matrimonios cristianos deba ser un trasunto y como una prolongación del sacrificio de la Nueva Alianza y, por eso, los esposos cristianos encuentran, en la entrega y donación de la Eucaristía la fuerza que configura y anima desde dentro la entrega y donación propias de su matrimonio y de su familia. Esta idea es muy sugerente.

Los matrimonios asisten juntos a la Misa a reforzar la unidad del matrimonio. Tienen urgencia de alimentar su unidad participando de la realidad que ellos mismos significan y revelan.

Esto es muy importante porque implicaría que, en la preparación para el matrimonio, se anime a que, previamente, reciban el sacramento de la confesión, y en la ceremonia nupcial, puedan comulgar, si no es posible casarse con Misa.

Dado que la participación de los esposos en el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia es real y no sólo intencional o simplemente un deseo, en el amor matrimonial se da ya un dinamismo interior capaz de conducir a los esposos a vivir según el estilo del amor de Cristo, representado en la Eucaristía.

Pero, con la Eucaristía, ese dinamismo es reforzado y robustecido: de tal manera el sacramento eucarístico transforma en Cristo al hombre, que éste llega a vivir Su misma vida, se reproducen sus acciones porque se piensa y se ama como Él.

Cada vez que los esposos participan de la Eucaristía su amor se transforma cada vez más -dentro de la novedad de significación que les es propia- en «don» y «comunión», que son las características más típicas del sacramento del Altar.

Consiguientemente la celebración y participación eucarística es fundamento y alma de la santificación de los matrimonios cristianos y también de su dinamismo misionero y apostólico.

Es lo que desde el punto de vista práctico ha de llevar en primer lugar a la participación frecuente en la Eucaristía; y después, a convertir todo el día en su prolongación y preparación. Eso quiere decir que la Eucaristía, la Misa, ha de ser siempre «el centro y la raíz de la vida interior», como expresaba con claridad san Josemaría.

Dicho con otras palabras, el matrimonio, que nació como participación real de la unión de Cristo por la Iglesia, plasmada en la Cruz; que nació cara al altar; que nació con la Comunión, se alimenta y vive de la Eucaristía. El mejor antídoto y remedio para toda crisis futura.

-También el sacramento de la Penitencia ocupa un lugar importante en la santificación de los esposos cristianos. No sólo de los que se encuentran en dificultades o en situaciones irregulares, sino también de los que viven empeñados en realizar el designio de Dios sobre sus vidas, ya que la conversión y la reconciliación son notas distintivas del vivir de los cristianos mientras caminan por la tierra. 
Por eso, la vida de la familia cristiana ha de estar ligada siempre a la celebración del sacramento de la Reconciliación.

El significado particular que el sacramento de la Reconciliación tiene para la vida conyugal y familiar se descubre enseguida con sólo advertir que, entre sus efectos, están los de hacer crecer y, cuando es necesario, recomponer y restablecer la alianza y comunión familiar.

Porque el perdón de Dios, al quitar el pecado, reconcilia y restablece la amistad del hombre consigo mismo y también con los demás; ya que, según es claro desde la consideración de la auténtica naturaleza del pecado, la ruptura con Dios en qué consiste su verdadera esencia es el origen de la ruptura con el hombre.

Por eso, al crecer o restablecerse según los casos -mediante el perdón- la alianza y comunión con Dios, por lo mismo crece y se establece también la amistad y comunión con uno mismo y con los demás hombres. (No se puede, en efecto, amar a Dios sin amar al mismo tiempo todo cuanto Dios ama). 
El perfeccionamiento y la construcción existencial del amor matrimonial tiene, por tanto, en el sacramento de la Reconciliación su momento sacramental específico.

De ahí que los matrimonios cristianos hayan de sentir en su interior la «urgencia» de acudir al sacramento del Perdón.

De manera necesaria, cuando se haya producido una ruptura grave de la alianza y comunión matrimonial en cualquiera de sus formas y, de cualquier modo, es decir, de pensamiento, palabra u obra.

Y muy convenientemente, en la circunstancia de que esa ruptura no hubiera sido grave. Porque sólo cuando el hombre y la mujer que han pecado se encuentran en Dios gracias al perdón sacramental, se puede hablar de perdón mutuo y de verdadera reconciliación entre ellos.

Es así, porque sólo entonces ha desaparecido del todo y de verdad el muro y la ruptura que los separaban. Por otro lado, en el sacramento de la Reconciliación encuentra, cada cónyuge, las gracias específicas para otorgar y recibir el perdón y la reconciliación que tan frecuentemente se han de vivir en la existencia de las familias cristiana.



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