LA VIDA DE SAN JUAN - ASIA MENOR

En el último viaje de Pablo a Jerusalén, hacia el año 57 de nuestra era, es po­sible que Juan hubiera abandonado ya Israel, pues en el relato de dicho viaje se cita sólo a Santiago: Al día siguiente Pablo, con todos nosotros, fue a casa de Santiago; se reunieron también todos los presbíteros.

No se sabe con certeza hacia qué año partió san Juan de Palestina pues los datos que se conservan no siempre coinciden.

Según una tradición Juan se llevó consigo a la Virgen, con la que convivió largo tiempo en Éfeso[1]. Es posible que retornara a Jerusalén y que muriera allí. En efecto, hay relatos antiguos que hablan de la dormición de María en Jerusalén. De hecho, en esta ciudad, tan cargada de recuerdos y de huellas de la primitiva Iglesia, existen lugares relacionados con la muerte de la Virgen: la Basílica de la Dormición, situada cerca del Cenáculo, y la Tumba de María situada al fondo del valle Cedrón.

En sentido contrario, las visiones de Ana Catalina de Emmerich ubican con detalle la muerte y la dormición de María en Éfeso.

En el libro del Apo­calip­sis tenemos las úl­timas noticias que el Nuevo Testamento nos pro­porciona de Juan. El mis­mo autor nos dice: Yo, Juan, vuestro her­mano y compañero en la tribulación, en el reino y en la paciencia en Je­sús, hallándome en la isla llamada de Patmos, por la pala­bra de Dios y por el testimonio de Jesús (Ap 1, 9). Entre lí­neas se entrevé que se trata de un destierro en aquella pequeña isla, perdida en el Mediterráneo oriental, a causa de su condi­ción de apóstol de Cristo, testigo fiel de su palabra y su vida.

Sobre los últimos años de su vida existen algunos datos en los Padres.

Así san Ireneo, obispo de Lyon hacia el año 177, tiene gran importancia pues nos transmite el testimonio de san Policarpo, obispo de Esmirna hacia el 156, que había sido discípulo de san Juan y, por tanto, le había conocido personalmente.

Ireneo recu­erda cómo Policarpo refería sus relaciones con el evangelista y con otros que también habían visto al Señor. Dice también Ireneo que todos los presbíteros que se encontraban con Juan en Asia dan testimonio de la doctrina trasmitida por Juan, que per­maneció con ellos hasta la época de Trajano. Añade que Juan escribió su evangelio durante su estancia en Éfeso y así nos re­fiere que después de Mat­eo, Marcos y Lucas, Juan el Dis­cíp­ulo del S­eñor, el que reco­stó su cabeza en el pecho de Cri­sto, escri­bió su evangelio en Éfeso.

Polícrato –Polícrates; obispo de Éfeso- en su carta al Papa Víctor, de fines del s. II, con ocasión de tratar la cuestión de la Pascua o del día de la Pascua, enu­mera las gra­ndes estre­llas de la Iglesia que repo­san en Asia, y entre esos impor­tan­tes personajes nombra a Juan, que reposó en el costado del Señor y cuya tumba está en Éfeso.

También Jus­tino, en su “Diá­logo con Trifón” habla de la es­tan­cia de Juan en Éfeso, donde es­cribió además el Apocalipsis.

El fin de su vida no está claramente testimoniado. Sí sabemos que bajo la persecución del emperador Domiciano (81-96) fue enviado al exi­lio de la isla de Patmos. Antes, dice Tertuliano, Juan evan­gelista sufrió el tormento de ser introducido en aceite hirviendo. Al no constar en ningún otro lugar, se estima que dicha noticia no corresponde a la verdad.

Tras la muerte del tirano que lo desterró, volvió a Éfeso donde murió a una edad muy avanzada, en los tiempos de Trajano hacia el año 105.

Su tumba ha sido ve­nerada durante muchos siglos en Éfeso. En su honor se construyó una iglesia en el s. IV, destruida luego y sustituida en el s.VI por una gran basílica, cuyas ruinas se conservan hoy como testimonio de su primitiva grandeza, en lo que queda de Éfeso. Se pueden ver en internet fotos de cómo es hoy Éfeso: ruinas turísticas cercanas a una ciudad turca llamada Selçuk.

Son muchas las anécdotas y noticias, entremezcladas con la leyenda, que ensalzan la figura del “Discípulo amado”. Polícrato de Efeso, ya mencionado por la cuestión Pascual, refiere que Juan había portado el “pétalon”, una lámina de oro fijada a la tiara del Sumo Sacerdote. Este dato histórico que también refiere san Jerónimo, no sé si aporta mucho porque tampoco comprendo qué significado tiene el petalón y el hecho de portarlo.

En el comentario a la epístola a los Gálatas nos di­ce san Jerónimo que cuando era ya muy anciano, incapaz ya de ha­cer largos discursos, repetía con insistencia una y otra vez: “Hiji­tos míos, amaos los unos a los otros”. Ante la actitud de cansan­cio de los discípulos al oírle siempre lo mismo, el anciano após­tol decía: “Ese es el precepto de Señor, y si lo cumplimos ya es suficiente”.

Los títulos que la tradición le dio son altamente significa­tivos. Así, aparte de apóstol, discípulo y evangelista, Juan es “el que había reposado la cabeza en el costado del Señor”, “el testigo”. La Iglesia primitiva también lo llamó el “Didáscalo”[7], el “Pres­bítero”[8], el “Discípulo de Dios” y, a partir del s. IV, se le deno­mina “el Teólogo”[9], título muy acorde con la visión, pro­funda y luminosa a un tiempo, que nos ofrece de Jesucristo y su doctrina.


[7] Didascalia –enseñanza- era la instrucción que le daba el director al coro, para la representación de una comedia griega. Didáscalo sería como un maestro que enseña; da instrucciones.

[8] Eusebio distingue a Juan evangelista de Juan el Presbí­tero, autor del Apocalipsis. No es aceptable su testimonio pues basa en un texto un tanto oscuro de Papías. Por otro lado, tra­ta de negar la paternidad apostólica del Apocalipsis, atribuyéndo­lo a Juan el Presbítero, por haber sido utilizado por los herejes en defensa de las doctrinas milenaristas (creencia en que existirá sobre la Tierra, antes del día del juicio final, un reino de paz establecido por Jesús que durará mil años y será benéfico y pacífico; también se refiere a quienes creían que el fin del mundo iba a tener lugar en el año 1000 d. C.).

[9] Normalmente se lo representa con un águila, significando que se eleva por las alturas de una alta teología.

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