EL ESPACIO SAGRADO

Cuando tengo que hacer un bautismo, soy consciente que la ceremonia empieza en la puerta misma del templo, y trato de explicar que por el bautismo el catecúmeno va a ingresar a la Iglesia. Así lo tienen previsto las rúbricas del ritual. Es una manera de hacer una introducción al sacramento. Luego marchamos en procesión hacia el interior, para continuar con el rito, tan lleno de signos y símbolos.

Antiguamente los no bautizados no podían entrar en el templo porque era un lugar para los fieles cristianos. Para eso se le encargaba al ostiario que cuidara la puerta de la Iglesia.

Además de cumplir con el rito, entiendo que viene muy bien hacerlo así porque percibo que últimamente se ha perdido el sentido de lo sagrado: se entra a una iglesia del mismo modo que a un estadio de fútbol o a un local bailable, y no es raro observar dentro del templo a personas hablando por el teléfono celular o conversando alegremente; incluso, he visto a las familias sacarse fotos después de un Bautismo, posando como si fueran un equipo de fútbol con el altar de fondo.


Sin embargo, sigue vigente aquello que Yahveh le dijo a Moisés delante de la zarza ardiente: «Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa».

No puedo dejar de citar una breve historia que nos habla del valor sagrado tanto del templo y como de la liturgia, camino de lo sensible a lo invisible, tal como la relata el teólogo converso americano, Scott Hahn, en su libro La Cena del Cordero:

“A los cristianos ucranianos les gusta contar la historia de


cómo sus antepasados descubrieron la liturgia. El año 988, el príncipe Vladimiro de Kiev, a punto de convertirse al Evangelio, envió emisarios a Constantinopla, capital de la cristiandad de Oriente. Allí fueron testigos de la liturgia bizantina en la catedral de Santa Sofía, la iglesia más grandiosa del Este. Después de familiarizarse con el canto, el incienso, los iconos, pero, sobre todo la Presencia, los emisarios informaron al príncipe: «No sabíamos si estábamos en el Cielo o en la tierra. Nunca hemos visto tanta belleza [...]. No podemos describirlo, pero esto es todo lo que podemos decir: allí Dios habita entre los hombres»”.

El lugar santo se bendice o se dedica, según la oportunidad y se convierte en eso, que exige reverencia y genuflexión.

Además, el templo tiene una cantidad de signos de la divinidad, amén de la Eucaristía: el altar es Cristo; los candelabros indican la luminosidad del cielo. La luz de Dios que significa su presencia; la puerta es Cristo, por eso tiene un diseño especial y está hecha de un material noble, porque Jesús es la puerta del redil por donde entran las ovejas. La puerta marca el espacio santo del que no lo es. No es lo mismo estar adentro que afuera.

Fíjate que es tanta la preocupación de la Iglesia para que se viva aquello de que el templo es lugar de oración y recogimiento que se recomienda que haya espacios insonorizados para que estén los niños durante las ceremonias.

Tenemos que respetar la actividad del que está rezando. En general, un oratorio debe tener la misma dignidad o el mismo trato que una capilla o una iglesia. Son lugares que también se usan para la oración: el lugar de la piedad y de la devoción.

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